Había una vez, en una pequeña laguna escondida entre colinas y arbustos, una rana muy peculiar llamada Peepo. No era como las otras ranas que se contentaban con croar en la noche o cazar moscas al amanecer. No, Peepo tenía un sueño más grande: quería tomar el sol en la orilla de una playa de verdad, de esas con arena dorada, palmeras altas y el sonido de las olas rompiendo suavemente.

Cada vez que Peepo veía a los patos migratorios planear sobre su laguna, imaginaba que iban a ese paraíso cálido del que tanto había leído en hojas de periódico abandonadas por los humanos. “Algún día, yo también lo haré”, se decía mientras se acomodaba sobre una piedra húmeda, que para él sabía a poco.

Un buen día, decidió que ya era hora. Saltó con entusiasmo de hoja en hoja, cruzó charcos, esquivó gatos curiosos y hasta se coló en la cesta de una bicicleta olvidada. El viaje fue largo, pero su determinación era más fuerte que el cansancio.

Finalmente, tras muchas aventuras, Peepo llegó. Sus ojos saltones se agrandaron al ver la vastedad del mar y el brillo del sol reflejándose en la arena. Dio un brinco feliz, clavó sus patas en la orilla y se recostó como todo un rey.

—¡Este es mi momento! —croó con orgullo, estirando sus patas delanteras mientras el sol le acariciaba la piel húmeda.

Y desde entonces, cada tarde, Peepo toma el sol en su rincón favorito de la playa, soñando ahora con su próxima gran aventura… tal vez una hamaca entre dos cocos.

🌞🐸✨