«Evoland» es como un adolescente que se viste como los integrantes de su banda favorita y se siente especial por ello, por identificarse con los productos que le gusta, aunque precisamente ello es lo que lo hace no tener ninguna identidad.

El concepto de «Evoland» es simpático y bien llevado al inicio de la partida. La progresión de cambios y el homenaje a los diversos tropos de algunas franquicias y géneros es mono de ver y da momentos curiosos, como cuando todo cambia de 2D a 3D. Muy coqueto. En algún momento hasta se permite la audacia de tener evoluciones como mecánica para explorar y resolver acertijos.

Pero conforme avanza parece renunciar a tener cualquier tipo de personalidad y a sus propias fortalezas y se limita a aventarte a la cara un puñado de insípidas referencias, de apelar al «¿eh, lo as captado, eh?» y tratarse a si mismo como un insulso remedo.

Los combates son francamente básicos y aburridos, y la historia sin interés ni creatividad, pero uno va tolerando esas cosas a la espera de que el juego explote en el aspecto evolutivo que le da nombre, pero esa promesa nunca se cumple y, al contrario, a la mitad de la partida las evoluciones van siendo más espaciadas e insignificantes.

Homenajear es un poco más complicado que meramente replicar la obra que refieres. Tener un malo de nombre «Zephiros» o una espada idéntica a la «Buster Sword» no es homenajear a «Final Fantasy». Tener un personaje de nombre «Clink» que usa espada, arco y bombas no es rendir tributo a «Zelda». Inspirarse en esos juegos sería estudiar sus fortalezas e imprimirlas en tu propia obra. La pomposidad, exceso y cursilería de «Final Fantasy»; la melancolía de «Zelda», sus acertijos de entorno, la sensación de aventura.

No hace nada de eso y simplemente nombra y señala gritando mientras te toma por tonto, dándote todo masticado, no vaya ser que no captes. Cada personaje, cada objeto, son referencias sosas y sin inteligencia.

«Evoland» es irrelevante y necio de la peor de las maneras, que es por decisión.