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Empiezas a correrte incontrolablemente. Después de diez rachas empiezas a preocuparte. Tu mano está pegajosa y apesta a semen. Empujas desesperadamente tu polla en un fajo de papel higiénico, pero solo te duelen las bolas. El semen se acelera. Han pasado tres minutos. No puedes dejar de correrte. El piso de tu baño está cubierto con una fina capa de líquido de bebés. Intentas correrte en el desagüe de la ducha, pero se acumula demasiado rapido. Pruebas el baño. El semen es demasiado espeso para tirarlo. Cierras la puerta del baño para evitar que el semen se escape. El aire se vuelve caliente y húmedo por el semen. El semen se acelera. Te resbalas y caes en tu propio esperma. El semen ahora tiene seis pulgadas de profundidad, casi tanto como tú manguera de semen aún erecta. Tumbado sobre tu espalda comienzas a correrte por todo el techo.